HISTORIA

Seguir una ruta de peregrinación supone emprender un camino a la vez interior y exterior, y la marcha hacia una meta durante la cual el peregrino podrá llegar a adquirir plena conciencia de su propia trascendencia.

A lo largo de los siglos, el Camino se pobló de leyendas de carácter sobrenatural, en su mayor parte, que tejieron el entramado de relaciones simbólicas que el peregrino tendría que establecer para justificar su propia búsqueda de la trascendencia. Las leyendas jacobeas, vienen a ser como la ilustración que acompaña a la letra y música del Camino. Muchos de los edificios emblemáticos del Camino están ligados a alguna vieja leyenda, generalmente con trasfondo religioso.

En el caso de Santa Cristina, según reza la tradición: dos caballeros anónimos, compadecidos por los innumerables peregrinos que perecían en el puerto del Alto de Somport sin recibir los Santos Sacramentos, decidieron levantar un pequeño refugio.

Cuando dudaban del lugar más idóneo para construirlo, se apareció una blanca paloma portando en su pico una cruz de oro, que depositó en el lugar señalado por Dios para levantar la iglesia.

En la plaza de Santiago, al lado de una fuente de tradición jacobea y del templo dedicado al apóstol, sus baldosas plasman las distintas casillas del Juego de la Oca. Según algunos investigadores, tras el juego se oculta una Guía Encriptada, en la que están ocultas las claves que descifran la forma de ir y volver a Santiago por el Camino. Cada casilla correspondería a una de las etapas y la autoría del tablero recae sobre los templarios.

En un alto de Villafranca del Bierzo (León), en el sitio por el que accede el Camino a ésta, hay una iglesia románica, la de Santiago. En la fachada norte hay una puerta de cuatro arcos apuntados. Es la Puerta del Perdón y aquellos peregrinos aquejados de enfermedad, que se postren ante ella están exentos del peregrinaje a Santiago, siendo aún así merecedores de la buscada indulgencia.

La entrada a Galicia se produce tras asaltar un alto montañoso, llegando a O Cebreiro que narra la vieja leyenda de que viéndose sacudida estas tierras por un fuerte temporal, un vecino de Barxamaior ascendió hasta el pueblo alto de O Cebreiro a escuchar misa como acostumbraba. Su gesto, el de acercarse a la eucaristía a pesar de las inclemencias, no fue apreciado por el monje encargado de la liturgia, que afirmó con desdén: “ahí, viene ese en medio de una tempestad, para ver un poco de pan y de vino”. Luego, en el momento de la consagración, el pan y el vino se transformaron en carne y sangre, ante la incredulidad del clérigo.

En el Liber Peregrinationis, capítulo incluido en el Liber Sancti Iacobi o Codex Calixtinus-la guía peregrina del siglo XII-, se hace mención al albergue de Barbadelo y enumera las principales villas por enlazar durante el trayecto jacobeo. En otro libro del Códice de Calixto, se vuelve a citar a Barbadelo y su entorno más inmediato. Esta vez para alertar de la costumbre de los avariciosos hosteleros gallegos de la época, que enviaban a sus criados a buscar clientes entre los peregrinos. Prometiéndoles cuidados en su posada, que no existían y donde eran estafados en todo lo posible de imaginar.

Al salir por la puerta de las Platerías, tras haber visitado la tumba del Apóstol y de haber orado ante ella, los caballos marinos de la fuente indicaban secretamente al peregrino consciente de su viaje aún no había terminado, que su meta verdadera se encontraba más allá, camino del mar. Según designa la tradición, es de buen peregrino, cuando se alcanza, Fisterra, realizar tres sencillos actos: bañarse en el mar, asistir a la puesta de sol en el cabo y quemar la ropa. Son viejos actos que están relacionados con la renovación del espíritu, entendiendo el quemar la ropa como liberación de las impurezas del hombre viejo, para dar paso al nuevo. El cabo Fisterra tiene un ocaso mágico y representó durante milenios una frontera, entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

La Credencial es una especie de carnet de Peregrino, que tiene sus orígenes en las cartas de presentación que los Reyes, clérigos y autoridades concedían como acreditación o salvoconducto a los que peregrinaban a Compostela desde todos los puntos de Europa. Su posesión dotaba al peregrino de protección y le eximía del pago de impuestos. La Credencial se entrega exclusivamente (de forma personalizada) a los que realizan el camino a pie, en bicicleta o a caballo. Este documento se consigue de forma instantánea a través de las Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago, Parroquias, Cofradías o en el lugar donde se comienza el peregrinaje. Permite, aunque no da derecho, acceder a los albergues, donde ha de sellarse como prueba del paso por los mismos. Además, ofrece descuentos especiales en ciertos museos, monasterios y centros de ocio a lo largo del Camino.

A todos aquellos peregrinos que hayan realizado al menos los últimos 100 kilómetros a pie o a caballo y 200 en bicicleta, se les concederá en la Catedral de Santiago, en nombre del Cabildo Catedralicio y en la Oficina del Peregrino (situada cerca de la Catedral de Santiago, en el cruce de la Rúa del Villar con la Plaza de Platerías) la llamada «Compostela», un documento que acredita el peregrinaje realizado.

Uno de los distintivos del peregrino era y es su vestuario.

Al comienzo, las prendas y calzado empleados tenían una razón utilitaria, pero con el tiempo permanecieron iguales y llegaron a convertirse en atuendo característico de los peregrinos jacobeos. La mayoría de textos tanto de la historia como de la iconografía de las peregrinaciones, hablan de dicho atuendo. Según Xosé Ramón Pousa, al peregrino se le representa con, siete elementos que completan la identificación del caminante a lo largo de más de mil kilómetros de recorrido y que son: el sombrero de ala ancha para protegerse del sol y la lluvia; el abrigo con esclavina para defenderse del frío y de la nieve; un calzado fuerte, para resistir millones de pisadas sobre las piedras; el bordón que los protegía contra las fieras y les servía de apoyo; la calabaza en la que conservar el agua o el vino para cada etapa; el zurrón para portar los alimentos, el dinero y alguna ropa, y la concha venera, sobre el frente, sujetando el ala ancha del sombrero. Pero el accesorio característico, sin dudas, ha sido desde siglos la venera, concha, vieira o zamburiña, que los peregrinos obtenían, casi como un trofeo, al término de la peregrinación en Santiago. Hoy por hoy, una venera es un referente implícito del Camino de Santiago y forma parte de las señalizaciones propias que a lo largo de las diferentes rutas lo componen.

Equipado de este modo, el peregrino tenía libre el camino y era bien acogido en los numerosos albergues del recorrido, se le prestaba todo tipo de atenciones, desde alimentación, asistencia religiosa e incluso médica, llegado el caso. Habría que agregar que no todo era limpio en las peregrinaciones. Frente a la bondad generalizada para con el peregrino también hubo malos tratos y artimañas de parte de posaderos y encargados de albergues. No faltaban los vagabundos y asaltantes que poblaban los caminos a la espera de los desprevenidos caminantes. Las Órdenes De Santiago y del Temple vigilaban caminos y rutas, protegiendo a los peregrinos, incluso militarmente.

La mayoría de textos que recogen la historia de las peregrinaciones coinciden en que, de igual manera que por el vestuario, al peregrino se le distinguía por las canciones con que desahogaba las durezas del camino y por las leyendas que le acompañaban. Todo lo que, en muchos casos, se conservó y se trasmitió de generación en generación. De hecho, el cancionero llego a ser uno de los elementos más populares de las peregrinaciones medievales. Los peregrinos cantaban. Mucho. Bien o mal. Pero cantaban. Y sus canciones, junto con el arte románico, son uno de los más ricos legados culturales y artísticos que han transmitido a las generaciones posteriores. Se han recopilado e incluso publicado numerosos cancioneros de peregrinación (el primero ya en el siglo XII, en el Códex Calixtinus, reproducido hoy en disco) en los que aparecen los primeros ejemplos para más de una voz que se conocen en la Península: los discantos. El otro elemento tradicional ligado a las canciones es el conjunto de leyendas y milagros que, “transmitidos de voz en voz, servían para llenar las veladas y enfervorizar al caminante, formando una especie de mágica aureola alrededor del Apóstol y su sepulcro.” El tema central de la mayoría de los mismos es el auxilio milagroso que Santiago prestaba a los peregrinos en dificultades.

El Códex Calixtinus contiene un abundante muestrario de esas leyendas. El Códex Calixtinus o Liber Sanct Jacobi es el texto histórico de referencia sobre el Camino de Santiago, especialmente sobre el camino Francés. El documento original, cuyo origen no se conoce con exactitud pero se sabe que es anterior a 1173, es un manuscrito de 225 folios en pergamino. Está dividido en 5 partes que contienen sermones, textos litúrgicos, narraciones de milagros realizados por el Apóstol, la leyenda de Carlomagno y la Guía de Aymeric Picaud, considerada la primera guía del Camino debido a la información que contiene sobre los diferentes lugares por donde transcurría el mismo. El Códex fue restaurado en 1964 y se guarda en el Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela.

El primer peregrino conocido fue Gotescalco, obispo de Puy, el año 950, en unión de una importante comitiva.

El duque Guillermo IX de Aquitania emprendió el camino en 1137; en 1154 peregrinó a Santiago Luis VII, rey de Francia, y un siglo después visitaría la tumba del apóstol el arzobispo de Lyon.

Se sabe que también peregrinaron otros personajes ilustres como san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, Juana la Loca y Felipe el Hermoso, en 1506; Carlos I y Felipe II. Los Reyes Católicos peregrinaron a Santiago en 1486; su gran obra en pro del Camino fue la construcción del hospital de los Reyes Católicos, iniciada en 1501. Y junto a estos peregrinos ilustres caminaron creyentes de todas las condiciones, cada vez en mayor número.

Mezclados con una muchedumbre de campesinos, pícaros, burgueses y nobles, llegaron por el Camino de Santiago artesanos, canteros, pintores, escultores y órdenes monásticas. Aquel eje vertebrador de la Reconquista se convirtió pronto en el conducto por el que se colaron en la Península las vanguardias estéticas y culturales imperantes en el mundo occidental. Fue la gran contribución del apóstol al desarrollo artístico y humanista de España.

Si bien es cierto que los verdaderos protagonistas de la ruta jacobea son y han sido los peregrinos que la han recorrido a lo largo de los siglos, la historia del Camino como tal comienza en la tumba del Apóstol.

El apóstol que la tradición cristiana llama Santiago el Mayor era uno de los dos hijos de Zebedeo; su hermano fue Juan el Evangelista, uno de los apóstoles que tuvo una relación más cercana con Jesucristo, el hijo de Dios. Santiago murió, entre los años 41 y 44 d.C., decapitado por orden de Herodes Agripa I, cuando este rey intensificó la persecución de las primeras comunidades cristianas.

Según la tradición, a la muerte de Jesús los apóstoles se repartieron los lugares en que debían predicar, correspondiéndole a Santiago España y las regiones occidentales. Las leyendas jacobeas recogen dos versiones acerca de la presencia del Apóstol en la península hispánica. La primera afirma que recorrió Asturias, Galicia, Castilla y Aragón predicando la palabra de Dios con escaso éxito, y que durante esta misión se le apareció la Virgen junto al Ebro, sobre una columna, y allí se le ordenó construir una iglesia. La segunda versión sostiene que tras el martirio, sus discípulos recogieron el cuerpo y lo llevaron al puerto de Jope, donde providencialmente apareció una embarcación aparejada y sin tripulación que los condujo desde Jerusalén hasta Finisterre. Al séptimo día de navegación arribaron a la desembocadura del río Ulla, en Galicia. Al depositar el cuerpo del maestro en una gruesa roca, ésta cedió de tal modo que se convirtió en su sarcófago. La historia del Camino de Santiago se remonta así, a los inicios del siglo IX con el descubrimiento del sepulcro del Apóstol. El hallazgo del mismo está rodeado de una copiosa imaginación popular que ha contribuido a preservar la narración histórica.

Una de estas leyendas populares sitúa el extraordinario suceso en la primitiva diócesis de Iria Flavia, en Finisterre, cuando el ermitaño Pelayo y los vecinos de la parroquia de San Félix de Lovio vieron en la espesura del bosque unas luces resplandecientes o luminarias y oyeron canciones y músicas angelicales. Avisado el obispo Teodomiro acude al bosque y halla el mausoleo sepulcral, identificándolo como el túmulo funerario del Apóstol Santiago y de sus colaboradores Atanasio y Teodoro. Aquel campo de luces pasó a llamarse campus stellarum o stellae, posteriormente Compostela. Este hallazgo fue un hecho trascendental que conmovió profundamente a los pueblos del Occidente Medieval. Ante sus ojos se mostraron las pruebas evidentes transmitidas por documentos irienses que identificaban la tumba. No existen datos precisos de las circunstancias del descubrimiento, pero sí hay estudios que confirman al menos la antigüedad del lugar, posiblemente un castro celta en su origen y después una necrópolis romana. Sobre aquel templete de luces y música angelicales los monarcas Alfonso II el Casto y Alfonso III levantaron las primeras iglesias compostelanas. Luego llegarían las catedrales románica y barroca, las que hoy conocemos.

Por otro lado, desde su descubrimiento la tumba y su culto se integraron en el movimiento cultural auspiciado por la Corte Carolingia de Aquisgrán que sentó las bases de la Europa Medieval. Fue tan importante este hallazgo en el viejo continente que en la literatura, en representaciones iconográficas y en muchas leyendas medievales se ha querido dar al emperador Carlomagno un papel decisivo en el descubrimiento del sepulcro, cosa que ya se sabe no sucedió así.

Los soberanos de Aragón, Navarra y Castilla se esforzaron por atraer a sus dominios a gentes ricas y poderosas de otros países, utilizando todos los medios a su alcance para seducirlos: intercambios de presentes, matrimonios de conveniencia y proclamación de los favores que otorgaba el Apóstol si se visitaba su sepulcro. La creencia cada vez más extendida en los milagros de Santiago provocó que la gente comenzara a peregrinar hacia Santiago de Compostela para obtener su gracia.

Habría que comenzar por decir que el fenómeno de las peregrinaciones es propio del género humano y de sus diversas religiones (los chinos peregrinaban al sepulcro de Confucio; los griegos a Delfos y Eleusis; los hindúes a la cuna de Krishna; los musulmanes a La Meca), de modo que es una manifestación anterior al cristianismo si bien éste lo asumió desde sus comienzos, pues ya en el siglo II se sabe de la existencia de peregrinaciones a Tierra Santa.

Hay un dato interesante sobre la denominación de los peregrinos en la guía El Camino de Santiago, en la cual se dice que a los peregrinos a Jerusalén se les conocía como palmeros, “porque solían traerse palmas como recuerdo, y los que lo hacían a Roma, a venerar la tumba de San Pedro, romeros, por razones obvias”. Por ello aclara, “Peregrinos, en sentido estricto, eran y son los que se encaminan a Santiago de Compostela. Por tanto, es una redundancia añadir el adjetivo jacobeo.” Y añade que en Galicia se les llamaba concheiros, por llevar como emblema la concha o venera, y en Francia jacquets, de Jacques (Santiago). Los caminantes provenían de todos los lugares de Europa e incluso de otros continentes. “En aquellos siglos de fe, peregrinos eran todos”, y el fin que los movilizaba era en esencia religioso: venerar la tumba de Santiago el Mayor. Sin embargo, se realizaban peregrinaciones por motivos menos espontáneos, como cumplir una promesa, como penitencia por pecados graves, como conmutación de una pena impuesta por delitos criminales y hasta por delegación (en cuyo caso, un tercero pagaba el servicio) o también por prestigio.

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